manada no dejaba de elogiar su devoción por su “verdadera familia“.
Así que Teo ignoró las señales.
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Capitulo 8
Ignoró el vacío que sentía.
Se dijo a sí mismo que aún habría tiempo para reparar lo que fuese que se estuviera quebrando.
Una semana se desdibujó entre el polvo del camino, llevándonos cada vez más lejos de todo lo que conocíamos.
Apenas cruzamos los límites territoriales, Alejandro y yo fuimos recibidos en la casa de la manada de Alfa Ana, una mansión junto al océano que parecía un mundo completamente distinto.
–Mi manada será tu refugio, ahora y siempre me dijo Ana, con esa autoridad serena que solo los verdaderos líderes tienen-. No me importa lo que digan los del norte. Para mí, tú eres mi familia. Y yo protejo a los míos.
Su rostro se iluminó al ver a Alejandro. Notó de inmediato como sus quemaduras estaban sanando, sin dejarle
marcas.
-¡Alfa Ana! -corrió Alejandro hacia ella, su pequeño cuerpo ya no temblaba a pesar de su transformación contenida.
-Bienvenido a casa, pequeño guerrero -lo alzó con ternura, aspirando suavemente su aroma para integrarlo a su núcleo de manada. Los ojos de Alejandro brillaron.
-¿Me extrañaste?
¡Sí!
-su voz sonaba más fuerte ahora, libre de la tensión constante de intentar agradar a un padre ausente- Mamá dice que ahora vamos a vivir en tu manada. ¿Nos vamos a quedar aquí para siempre?
-Para siempre y más -le respondió ella, mirándome con una promesa silenciosa, nadie se atrevería a arrebatarnos esta paz.
Esa noche, luego de acostar a Alejandro en nuestra nueva guarida, una villa luminosa, rodeada de jardín protegido contra contaminación de plata, Ana me hizo sentar frente a ella. Su rostro reflejaba preocupación genuina.
-Ahora que están a salvo, quiero que me lo cuentes todo, y no te saltes ningún detalle. Necesito saber cómo Teo fue capaz de dejar que su hijo pasara por una transformación sin protección.
Se lo conté todo. Su rostro se fue endureciendo con cada palabra.
Al final, solo pude sonreír con amargura.
-Nos equivocamos desde el principio. Quisiste ayudar con las feromonas potenciadas, lo sé. Pero no se puede forzar un vínculo, aunque sea verdadero. Teo nunca me quiso realmente. Yo lo intenté todo… durante cinco años. Luché con uñas y dientes. Pero su corazón siempre estuvo en otro lugar. Ya es hora de soltar.
Me enderecé en la silla.
-Además, soy una de las mejores sanadoras de los tres territorios. Puedo ayudar con los casos de intoxicación por plata. Estaremos bien sin él.
Ana no dijo nada por un momento. Sus dedos recorrían con lentitud el medallón con olas talladas, símbolo de su liderazgo.
-No tiene sentido -murmuró por fin-. Yo estuve allí el día que lo conociste. Su lobo reaccionó con fuerza al tuyo. La luna los bendijo. ¿Cómo se quebró todo así?
Miré a Alejandro, dormido profundamente. Aun dormido, seguía pareciéndose tanto a su padre.
Tal vez, al principio, sí hubo algo real. Quizá el reconocimiento fue auténtico. Incluso sin feromonas.
Nunca dudé del lazo inicial.
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Capitulo 8
Pero los corazones cambian. Los lobos se desvían. Y, a veces lo más valiente que se puede hacer es marcharse en el momento preciso.
A la mañana siguiente, Ana inscribió personalmente a Alejandro en el programa élite de cachorros.
–Tiene un talento nato le dijo, observándolo practicar- Aquí podrá progresar, sin la presión de ser el hijo perfecto del Beta.
Ana venía lidiando con una oleada de casos de intoxicación por plata en su territorio, accidentes provocados por minas antiguas que tenían desbordados a los sanadores de su manada.
Conmigo como su Sanadora Jefa, ahora tenía una aliada poderosa en el tratamiento de los lobos afectados. Mi especialización en toxinas metálicas ya estaba salvando vidas.
Mi especialidad en toxinas metálicas empezó a salvar vidas desde la primera semana.
Con mi ayuda, su manada se convirtió en la más poderosa de los territorios del norte.
Un mes después, mientras desarrollaba nuevas fórmulas para neutralizar la plata, Ana me entregó una carta.
– Es de la asistente de Teo.
-Señora, espero que esta carta llegue a usted. He intentado por todas las vías posibles. Desde que anuló su registro de manada, es como si se hubiera desvanecido entre la niebla. El Beta Teo… está perdiendo el control. Su lobo aparece sin aviso, aúlla por su pareja y por su cachorro.
Leí cada línea. Cada palabra era otra herida que creía cerrada.
Después de que Marcos se recuperó de su transformación temprana, Teo por fin volvió a casa. La imagen lo paralizó.
Nuestra madriguera, antes llena del equipo de entrenamiento de Alejandro y de hierbas curativas, estaba vacía. Las paredes aún olían ligeramente a salvia, el aroma ritual usado para romper nuestros vínculos de manada.
Al principio, su orgullo no le permitió preocuparse. Se dijo que era un viaje de caza. Tal vez le estaba enseñando a Alejandro a rastrear.
Pero pasaron los días.
Luego una semana.
Y nunca regresamos.
Por primera vez en años, el control de Teo se resquebrajó. Pasaba horas intentando alcanzarme a través de nuestro débil vínculo.
-¿Dónde está Alejandro?
-Vuelvan a casa.
-Por favor…