Me niego a seguir dejando que Alejandro sufra por la indiferencia de Teo.
Después de que sus quemaduras sanaron, Alejandro seguía retraído y triste. Para animarlo, organicé una pequeña celebración por su cumpleaños número cuatro, invitando a todos los cachorros de la manada.
Por un rato funcionó. Alejandro reía, jugaba, incluso corrió con los demás.
Hasta que comerizaron a proyectar el video de felicitaciones en la pantalla.
Las luces se apagaron. Todos se acercaron, emocionados, esperando los saludos tradicionales del cumpleaños.
Pero en lugar de eso, apareció la cara de Teo, relajado en un sofá, con una copa en la mano, en lo que parecía una
reciente reunión de manada.
Una voz fuera de cámara preguntó:
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Capitulo 4
–Beta Teo, ¿cuál es tu lugar favorito para aparearte?
Su respuesta casual me heló la sangre:
–Después de acostar a Marcos, me gusta llevar a Sara a la mesa del comedor…
El silencio se volvió espeso. Todas las miradas se giraron hacia Alejandro, que se había quedado completamente quieto en mis brazos.
Sara apareció casi de inmediato, con esa expresión compungida tan perfectamente ensayada.
-¡Ay, no! Lo siento muchísimo. Debió haber sido una confusión. Había preparado un video precioso para Alejandro…
Se inclinó un poco, bajando la voz.
Estas cosas pasan. No vale la pena armar una escándalo, no?
Sacó su teléfono y empezó a mostrarme otros videos.
Eran de Teo enseñándole a Marcos técnicas de combate, Te llevándolo de caza, Teo sonriendo mientras observaba orgulloso la primera transformación parcial de Marcos.
En uno de los clips, grababa el momento con entusiasmo:
-¡Ese es mi chico! ¡Miren esas garras!
-¿Ves? —me dijo Sara con falsa simpatía. Teo es un padre maravilloso, solo necesita un ambiente familiar adecuado.
Se acercó aún más, murmurando:
-Seamos honestas. Si no hubieras usado ese potenciador de feromonas hace cinco años, Teo jamás habría estado contigo. Eres una sanadora talentosa, y bastante bonita para ser Omega. Podrías encontrar a alguien más…
Me mostró una última imagen. Era de ella, Teo y Marcos, sonrientes en una reunión de manada. Parecían la familia perfecta.
-Déjalo ir. Déjanos ser una familia de verdad. Es lo mejor para todos.
Lentamente, cubrí los ojos de Alejandro con mi mano. No iba a dejar que viera más.
-Ya basta–le dije, cortándola, con voz baja pero firme–Esto se acabó.
Saqué mi teléfono y llamé a Ana, mi amiga que lideraba una manada en el territorio vecino.
-¿Ana? ¿Te acuerdas de aquella propuesta para ocupar el puesto de sanadora en tu manada? ¿Sigue en pie? Estaré ahí en tres días.