Escuché la voz entusiasmada de Ana a través del teléfono.
-¡Por supuesto! Hemos estado reservando el puesto de Sanadora Principal para ti. Pero escuché que Teo por fin volvió a la manada. ¿Aceptará el traslado?
Solté una risa seca, sin pizca de alegría.
-Va a estar aliviado.
Esa misma tarde, Teo llegó temprano a casa, con una expresión que intentaba parecer relajado, pero le delataba cierta culpa. Se notaba que sabía que se había perdido el cumpleaños de Alejandro.
-Oye, campeón, ¿quieres entrenar un rato conmigo? -le dijo, acercando la mano para despeinarle el cabello con una gesto amistoso.
Pero Alejandro retrocedió, serio, sin titubeos.
-Tengo una práctica de combate programada -le respondió, cortante.
-Podría enseñarte algunas técnicas de nivel Beta. -insistió Teo, incómodo, intentando sonar casual.
No hace falta. El entrenador de la manada ya conoce mi nivel.
La mano de Teo cayó. Entonces se giró hacia mí, sacando una pequeña caja de terciopelo del bolsillo.
-Te traje algo.
Dentro había un collar de plata con un colgante en forma de luna creciente. Lo reconocí de inmediato. Era el mismo juego de joyas que Sara había presumido hace unos meses. Se jactaba de que Teo le había comprado un anillo de cien mil dólares, y ese collar era parte del mismo set.
-No quiero tus regalos reciclados – le dije en voz baja.
-No es eso, yo solo pensé que…
Tomé la mano de Alejandro y pasé junto a él sin mirarlo, vestida con un vestido rojo oscuro que no me había atrevido a usar en cinco años. Teo siempre decía que los colores llamativos no me quedaban bien a mí como su pareja, ya que atraían demasiada atención. Desde entonces, solo usaba vestidos blancos.
Sus ojos se posaron en el vestido.